Escribe: Rogger Alzamora Quijano
No hay que ser un erudito para saber que Astor Pantaleón Piazzolla (1921-1992) ha seguido entre los músicos -especialmente argentinos- un rumbo decidido y tenaz. A despecho de su complejidad, muchos lo toman a regañadientes, otros con fruición, pero en ambos casos sigue siendo insuficiente. El techo es muy alto. Tal vez Rodolfo Mederos es quien tiene gran cercanía a los terrenos de Piazzolla. Y como las comparaciones son odiosas, mejor lo dejamos aquí.
"Piazzolla no es tango" dijeron sus detractores. En efecto: va más allá. No es sólo tango. Pero su formación profundamente tanguera, de suburbios y cafetines, hace aún menos discutible aquella dique sentencia ("Si, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires").
En esta ocasión no voy a citar "Adios Nonino", porque al lector le sonará lugar común. Ni "Libertango", que es como su partitura mediática. Puedo confesar sin prejuicios que me sentí aplastado por "Tristango", por ejemplo: Un solo cauce, un solo hilo de graves que llevan a la melodía al desgarramiento más lento y sublime. Una y otra vez repite el llanto de la espera y el de la desilusión. Pronto aparece la reflexión, puramente un intento que desemboca de nuevo en la certeza del vacío. Notas que corren por las venas. Pero nada es eterno y pronto se cae en la temblorosa oquedad del alma. Y de nuevo los graves, para acentuar la soledad.
En un concierto que Mederos compartió con Baremboim y Console, en Buenos Aires, lo ví sumarse al humo que, no de su cigarro sino de su bandoneón, se elevó por los aires. Lento, finísimo, estudiado, preciso. Y aunque, repito, el techo sea demasiado alto, ya es bastante con que en las alas de su bandoneón Mederos intente ir hacia allá, pero esa será otra nota que escribiré después.
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